martes, 23 de marzo de 2010

El curioso entierro de la anciana Rodolfa y su hijo Rubén

Contaba Javier que no pudo asistir a tan triste evento, la anciana Rodolfa había muerto y el pueblo aún se encontraba conmocionado. Nadie podía creer que la anciana tuvo fuerzas para resistir 14 años luego del terrible atropello que la obligó a postrarse en un sillón viejo de la sala de su casa.

El velorio fue una ceremonia silenciosa, nunca nadie recibió tantos arreglos florales, nunca antes se habían repartido tantas tasas de café negro y nunca antes se vio tremenda multitud en una casa tan pequeña.

Los asistentes se miraban con tristeza, el cadaver dentro de un negro ataud era observado por cientos de ojos por minuto. Javier no pudo ir, pero su madre si, estuvo al lado de Luisa la vecina que vendía ropa en el mercado. Las tres mujeres siempre fueron grandes amigas. Rodolfa, Luisa y Benedicta andaban de aquí para allá. El accidente las había separado, Rodolfa se limitó a ser un parasito, atendida por su hijo Rubén, sobrevivía con la única esperanza de morir pronto.

Hay deudas que son impagables y Rubén tenía una con su madre, él la alimentaba, aseaba y arrullaba para que duerma tranquila. Hasta el día de su muerte le preparó el desayuno puntualmente, murió por la tarde, estaba sola, Rbén llegó y al entrar en casa no le sorprendió encontrarla cadaver. Ya en la mañana tenía el presentimiento que su deuda acabaría.

En fin, el velorio terminó y decidieron hacer un recorrido a pie con el ataud en hombros, era lo menos que podían hacer por una mujer tan buena. Aunque la cantidad de gente no se debía a la personalidad bondadosa sino a la extraña confirmación de su deceso.

Cuando llegaron al cementerio el suelo ya la esperaba, los gusanos estaban ansiosos por socabar sus entrañas, el festín debía empezar ya.

El cajón descendía lentamente, la madera crujía al rozar el suelo pedregoso, Ruben miraba como el cajón se abría lentamente e increiblemente Rodolfa se levantaba y estiraba los brazos como cuando era niño, lo llamó, Rubén con una alegría inmensa descendió y abrazó al cajón. La tierra caía sobre su espalda pero el caluroso abrazo de su madre era más poderoso.

Las personas que asistieron al entierro fueron testigos de lo que pidió Rubén, el quería quedarse con su madre, su madre quería que él lo acompañara.

La deuda está pagada.